Lo mejor de nosotros

domingo, 7 de abril de 2013

Perdón


“El que es incapaz de perdonar es incapaz de amar”
Martin Luther King

 
Cuando alguien nos agrede, nos hiere, nos humilla, nos ofende, nos perjudica, nos golpea con palabras, acciones o golpes, nos maltrata física o emocionalmente, nos trata con violencia, sentimos que ha sido injusto o deshonesto, o de alguna forma nos provoca sentimientos de enojo, rabia, ira, odio, nos cuesta mucho trabajo perdonarlo, a veces toda la vida. Y qué decir de las grandes injusticias de la humanidad, situaciones extremas como los grandes castigos que gente inocente ha tenido que padecer a causa de la intolerancia de unos pocos como el genocidio y similares.

A veces resulta inevitable sentir el deseo de hacerle sentir al otro de igual forma en que nos hizo sentir. Entonces lo castigamos no perdonándolo, no olvidando lo que nos hizo, nos distanciamos emocional y físicamente de esa persona, lo cual a veces es lo más prudente, sin embargo, al no perdonarlo, no estamos castigando a esa persona, sino a nosotros mismos.

“Vengándose, uno iguala a su enemigo;
perdonando, uno se muestra superior a él.
Francis Bacón 

Otorgar nuestro perdón a alguien que nos hizo daño, que nos lastimó, que nos hirió, no los libera a ellos de la responsabilidad de sus actos, nos libera a nosotros de seguir encadenados a ellos y al sufrimiento que nos provocaron y que hemos decidido seguir recordándolo y cargando siempre, alimentando de este modo nuestro resentimiento, rencor y amargura. El mayor sufrimiento no lo lleva quien no es perdonado, sino quien no otorga el perdón.

No perdonar conlleva destinar buena parte de nuestro tiempo, energía, pensamientos y emociones a recordar lo que nos hicieron.

Perdonar no quiere decir que aceptemos lo que nos hicieron, que lo justifiquemos, no significa humillarnos ante el otro para permitir que nos haga más o a otros les haga lo mismo, ni pretender que lo que paso en realidad no sucedió. Tampoco significa restaurar una relación si en realidad no lo deseamos, ni continuar teniendo trato o ser amigo del victimario.

Perdonar no significa que seamos débiles, ni cobardes, no implica darle la razón al otro, ni elevarlo por encima de nosotros.

Perdonar tampoco significa olvidar lo sucedido. No se puede deshacer un agravio, ni borrar el pasado. Los acontecimientos formarán parte de nuestra experiencia y nuestra historia personal, nuestras experiencias son parte de nosotros.

Perdonar significa liberarse uno mismo de esos sentimientos y emociones negativas que no nos benefician, que nos obstaculizan y nos atan al pasado.

“Si no perdonas por amor, perdona al menos por egoísmo,
por tu propio bienestar”
Dalai Lama
 
Perdonar significa disociarnos de los sentimientos y emociones negativas que nos produjo el evento a través del entendimiento de lo que de nosotros nos enseña. Es tomar la decisión de ver más allá de nuestras interpretaciones. Es un bien que nos procuramos y el mayor acto de amor a uno mismo. Es cruzar el umbral de nuestro ego herido y el dolor hacia la paz, para trascender la situación a través de la elevación de nuestro nivel de conciencia.  

Ciertamente no es un proceso fácil. Requiere tiempo, paciencia, consideración, compasión, humildad, tolerancia y amor. Requiere análisis de la situación, interioridad con total honestidad. Perdonarnos, perdonar, ser perdonado, son las tres dimensiones del perdón que es preciso abarcar. El primer paso es entrar en disposición de perdonar.  

Perdonarnos. Tenemos derecho de cometer errores y de equivocarnos. Reaccionamos de acuerdo a nuestra programación mental, nuestros aprendizajes, nuestras interpretaciones. Tenemos la opción de juzgarnos severamente y castigarnos o de ser amables, tolerantes y considerados con nuestras fallas, aceptando nuestra parte obscura, nuestra sombra, para entrar en disposición y de hacerlo hacia los demás. 

Perdonar. Tenemos derecho de externar las razones que provocan nuestro enojo o molestia, controlando la impulsividad y la ira. Si estas emociones no se expresan o se liberan adecuadamente se acumulan y se somatizan. 

Ser perdonados. Tenemos el derecho de reconocer y admitir nuestros errores. Asumir la responsabilidad de nuestros actos y palabras. Tenemos la opción de dejarlo pasar así o de ofrecer una disculpa sincera y de pedir perdón y si se requiere, tomar acciones para enmendar lo que provocamos.  

“El perdón es una decisión, no un sentimiento, porque cuando perdonamos no sentimos más la ofensa, no sentimos más rencor. Perdona, que perdonando tendrás en paz tu alma y la tendrá el que te ofendió”.
Madre Teresa de Calcuta 

Para desarrollar nuestra capacidad de perdonar hay que aprender a distanciarnos de la situación. Verla desde fuera, desde la posición del otro, concediendo a cada suceso la importancia que merece, identificando la emoción que nos produce el agravio y la persona que lo provocó y lo que se oculta detrás de esa emoción, quizá despierte de algo no resuelto dentro de nosotros.

Identificando la verdadera intención del otro que motivo el agravio, nos lleva a ser más considerado en nuestro juicio que de él hemos formado a partir del suceso, para verlo como víctima de sus propios errores y carencias.  

“Perdón es una palabra que no es nada,
pero que lleva dentro semillas de milagros”
Alejandro Casona 

Los beneficios de perdonar son muchos. Nos libera del peso del pasado. Nos ayuda a desarrollarnos y crecer. Fomenta emociones positivas como el amor, la tolerancia, la compasión y la alegría, que se ha comprobado científicamente que estimulan el sistema inmunológico. La incapacidad de perdonar al igual que la tendencia al resentimiento y los deseos de castigar están vinculados al cáncer, al aumento de la presión sanguínea y al ritmo cardiaco, además de estrés, ansiedad y otras dolencias. 


“El perdón es el agua que extermina los incendios del alma”.
Anónimo
CPC 7 abril 2012