“El
que es incapaz de perdonar es incapaz de amar”
Martin
Luther King
Cuando alguien nos
agrede, nos hiere, nos humilla, nos ofende, nos perjudica, nos golpea con
palabras, acciones o golpes, nos maltrata física o emocionalmente, nos trata
con violencia, sentimos que ha sido injusto o deshonesto, o de alguna forma nos
provoca sentimientos de enojo, rabia, ira, odio, nos cuesta mucho trabajo
perdonarlo, a veces toda la vida. Y qué decir de las grandes injusticias de la
humanidad, situaciones extremas como los grandes castigos que gente inocente ha
tenido que padecer a causa de la intolerancia de unos pocos como el genocidio y
similares.
A veces resulta
inevitable sentir el deseo de hacerle sentir al otro de igual forma en que nos
hizo sentir. Entonces lo castigamos no perdonándolo, no olvidando lo que nos
hizo, nos distanciamos emocional y físicamente de esa persona, lo cual a veces
es lo más prudente, sin embargo, al no perdonarlo, no estamos castigando a esa
persona, sino a nosotros mismos.
“Vengándose,
uno iguala a su enemigo;
perdonando,
uno se muestra superior a él.
Francis
Bacón
Otorgar nuestro
perdón a alguien que nos hizo daño, que nos lastimó, que nos hirió, no los
libera a ellos de la responsabilidad de sus actos, nos libera a nosotros de
seguir encadenados a ellos y al sufrimiento que nos provocaron y que hemos decidido
seguir recordándolo y cargando siempre, alimentando de este modo nuestro
resentimiento, rencor y amargura. El mayor sufrimiento no lo lleva quien no es
perdonado, sino quien no otorga el perdón.
No perdonar
conlleva destinar buena parte de nuestro tiempo, energía, pensamientos y
emociones a recordar lo que nos hicieron.
Perdonar no quiere
decir que aceptemos lo que nos hicieron, que lo justifiquemos, no significa
humillarnos ante el otro para permitir que nos haga más o a otros les haga lo
mismo, ni pretender que lo que paso en realidad no sucedió. Tampoco significa
restaurar una relación si en realidad no lo deseamos, ni continuar teniendo
trato o ser amigo del victimario.
Perdonar no
significa que seamos débiles, ni cobardes, no implica darle la razón al otro,
ni elevarlo por encima de nosotros.
Perdonar tampoco
significa olvidar lo sucedido. No se puede deshacer un agravio, ni borrar el
pasado. Los acontecimientos formarán parte de nuestra experiencia y nuestra
historia personal, nuestras experiencias son parte de nosotros.
Perdonar significa
liberarse uno mismo de esos sentimientos y emociones negativas que no nos
benefician, que nos obstaculizan y nos atan al pasado.
“Si
no perdonas por amor, perdona al menos por egoísmo,
por
tu propio bienestar”
Dalai
Lama
Perdonar significa
disociarnos de los sentimientos y emociones negativas que nos produjo el evento
a través del entendimiento de lo que de nosotros nos enseña. Es tomar la
decisión de ver más allá de nuestras interpretaciones. Es un bien que nos
procuramos y el mayor acto de amor a uno mismo. Es cruzar el umbral de nuestro
ego herido y el dolor hacia la paz, para trascender la situación a través de la
elevación de nuestro nivel de conciencia.
Ciertamente no es
un proceso fácil. Requiere tiempo, paciencia, consideración, compasión,
humildad, tolerancia y amor. Requiere análisis de la situación, interioridad
con total honestidad. Perdonarnos, perdonar, ser perdonado, son las tres
dimensiones del perdón que es preciso abarcar. El primer paso es entrar en disposición
de perdonar.
Perdonarnos.
Tenemos derecho de cometer errores y de equivocarnos. Reaccionamos de acuerdo a
nuestra programación mental, nuestros aprendizajes, nuestras interpretaciones.
Tenemos la opción de juzgarnos severamente y castigarnos o de ser amables,
tolerantes y considerados con nuestras fallas, aceptando nuestra parte obscura,
nuestra sombra, para entrar en disposición y de hacerlo hacia los demás.
Perdonar. Tenemos
derecho de externar las razones que provocan nuestro enojo o molestia,
controlando la impulsividad y la ira. Si estas emociones no se expresan o se
liberan adecuadamente se acumulan y se somatizan.
Ser perdonados.
Tenemos el derecho de reconocer y admitir nuestros errores. Asumir la
responsabilidad de nuestros actos y palabras. Tenemos la opción de dejarlo
pasar así o de ofrecer una disculpa sincera y de pedir perdón y si se requiere,
tomar acciones para enmendar lo que provocamos.
“El
perdón es una decisión, no un sentimiento, porque cuando perdonamos no sentimos
más la ofensa, no sentimos más rencor. Perdona, que perdonando tendrás en paz
tu alma y la tendrá el que te ofendió”.
Madre
Teresa de Calcuta
Para desarrollar
nuestra capacidad de perdonar hay que aprender a distanciarnos de la situación.
Verla desde fuera, desde la posición del otro, concediendo a cada suceso la
importancia que merece, identificando la emoción que nos produce el agravio y
la persona que lo provocó y lo que se oculta detrás de esa emoción, quizá
despierte de algo no resuelto dentro de nosotros.
Identificando la
verdadera intención del otro que motivo el agravio, nos lleva a ser más
considerado en nuestro juicio que de él hemos formado a partir del suceso, para
verlo como víctima de sus propios errores y carencias.
“Perdón
es una palabra que no es nada,
pero
que lleva dentro semillas de milagros”
Alejandro
Casona
Los beneficios de
perdonar son muchos. Nos libera del peso del pasado. Nos ayuda a desarrollarnos
y crecer. Fomenta emociones positivas como el amor, la tolerancia, la compasión
y la alegría, que se ha comprobado científicamente que estimulan el sistema
inmunológico. La incapacidad de perdonar al igual que la tendencia al
resentimiento y los deseos de castigar están vinculados al cáncer, al aumento
de la presión sanguínea y al ritmo cardiaco, además de estrés, ansiedad y otras
dolencias.
“El
perdón es el agua que extermina los incendios del alma”.
Anónimo
CPC 7 abril 2012