“Una creencia no es simplemente una idea que la mente posee,
es una idea que posee a la mente.”
Robert Bolt
Una creencia es una idea que nos formamos acerca
de la gente, las situaciones o las cosas que damos como verdadera para la interpretación
y comprensión de determinados fenómenos o situaciones, surgen tanto del
conocimiento, como de las transmisiones culturales, de nuestros valores o bien
del pensamiento individual con base en la experiencia y se convierten en
convicciones. Todos tenemos creencias culturales, políticas, religiosas, etc.
Nuestras experiencias pasan por los filtros de nuestras
creencias, que implican generalizaciones que nos formamos sobre las causas,
valores, límites y significados y que funcionan como teorías que a través de
nuestras vivencias, comprueban su validez una y otra vez, reafirmando así nuestra convicción y
justificando nuestro pensar así.
Muchas de las normas impuestas social y colectivamente
por tradiciones o por nuestros ancestros son válidas porque nos impulsan a la
acción y la mejora, otras sin embargo, mantienen nuestra mente dentro de un
parámetro limitante convirtiéndose en paradigmas, término que refiere ideas y
pensamientos generalmente formados en las primeras etapas del desarrollo que se
aceptan sin cuestionar.
El
juicio es nuestra opinión o el sentir que nos formamos acerca de las
personas, las cosas, las condiciones y situaciones, que puede tener fundamento
en nuestras creencias y experiencias o bien carecer de fundamento alguno, lo
que justifica o no su validez.
Todos
tenemos sistemas de creencias y juicios que nos benefician y que también pueden
restringirnos. Los que potencializan nuestras acciones y los que limitan
nuestro actuar.
Las
creencias y juicios que tenemos en torno a nosotros mismos, a la vida, al
trabajo, al dinero, a las personas, influyen en gran medida en lo que somos, lo
que vivimos, el trabajo que tenemos, el dinero que ganamos y las relaciones que
tenemos.
Nuestras
creencias y juicios nos llevan a ver el mundo de forma particular y se
convierten en la pantalla que utiliza nuestro cerebro al percibir los
acontecimientos para darles una interpretación y significado.
Las creencias que más efectos negativos surten en
nosotros son por lo general aquéllas de las que somos menos conscientes, si se
encuentran asociadas a algo muy profundo y doloroso, se ocultan como detrás de
un velo, como las originadas por situaciones relacionadas al abandono, el
maltrato, la humillación, el rechazo, la injusticia, el abuso, etc.
Dentro de aquellas que más nos limitan se encuentran el
considerarnos incapaces, el no saber o la ignorancia; el no expresar o la
incapacidad de comunicarnos; el no pensar o cuestionar más allá de la creencia;
el “deber” y “tener” asociados a la responsabilidad; el no ser libres de
“querer” o “desear” y el no ser merecedores. Todas ellas por lo general se
expresan con frases como “No sé”, “No puedo”, “No merezco”, “Debo ser…”, “Tengo
que …”, “yo soy (malo, tonto, pobre, débil, etc.)”
Sustituir el pensamiento asociado a nuestra creencia por su
contrario no resulta suficiente, dejar de pensar como lo hemos venido haciendo
requiere a veces un proceso de introspección que nos lleve a ubicar su origen,
para entonces detectar de qué forma ha influido en nuestra vida el pensar así.
Analizando a fondo podríamos descubrir dentro de
nuestra experiencia algo que en el pasado creíamos verdadero y en algún momento
dejamos de creerlo así al encontrar una razón para ello, al poner en duda la
certeza de su verdad. Si con alguna creencia sucedió esto en el pasado, puede
volver a ocurrir que se desvanezcan creencias que nos limitan actualmente por
falta de argumentos y pruebas en su favor.
“Creemos, sobretodo porque es más fácil creer que dudar, y además porque
la fe es la hermana de la esperanza y de la caridad.”
Alejandro Dumas
Tendemos a justificar la validez de nuestras creencias, en
vez de buscar someter a la duda su
certeza y veracidad, cuestionar si existen excepciones, si existen posibilidades de que
pudieran ser distintas las cosas o si alguien hace las cosas de forma diferente
con resultados favorables, o lo que sucedería si no tuviésemos determinada
creencia, abre nuestra mente a nuevas y diferentes
posibilidades.
Hasta que cuestionamos la creencia, acorralando sus
argumentos para demostrar su invalidez, bajo la comprensión de que no aplican
como leyes, por lo tanto, no en todos los casos tendrán los mismos efectos,
lograremos que éstas se desmoronen y se desvanezcan, quitándoles fuerza y poder
sobre nosotros para entonces ser sustituidas por sus contrarios: “Yo sé”, “Yo
puedo”, “Yo merezco”, etc.
En el proceso de transición de una creencia
limitante a una potencializadora, es común sorprendernos pensando como lo hacíamos
en el pasado, debido a que nuestra mente está habituada a ello, resulta útil
entonces frenarla argumentando con nosotros mismos “En el pasado había yo pensado o creía de esta forma, ahora considero…”
e insistir cada vez que se regrese nuestra mente al hábito anterior.
“Somos aquello en lo que creemos”
Wayne W. Dyer