"Hay que tener aspiraciones
elevadas, expectativas moderadas y necesidades pequeñas".
H. Stein
Desde nuestra más tierna infancia nos enseñaron que lo que se espera de
nosotros es que seamos buenos niños, hijos obedientes, hermanos solidarios,
estudiantes brillantes, con buena conducta y calificaciones sobresalientes, que
nos comportemos adecuadamente, ideas que en gran medida contribuyeron a nuestra
formación. Sin embargo, a medida que crecemos continúa el bombardeo de lo que
se espera de nosotros, que tengamos un buen trabajo, que tengamos una buena
pareja, que logremos más que nuestros padres, que ganemos buen dinero, que
sobresalgamos en nuestro trabajo y que poseamos bienes materiales y estatus a
determinada edad. Los medios de comunicación contribuyen en gran medida a
imponer la cuota que debemos cubrir para que seamos socialmente aceptables, la ropa
que debemos vestir, el auto que deberíamos tener, el reloj que deberíamos usar,
el teléfono celular o lo último en equipo tecnológico.
El mensaje que recibimos es que si no cumplimos con lo que se espera de
nosotros no seremos dignos de obtener reconocimiento ni amor.
Si bien nuestro esfuerzo es necesario para salir adelante en la vida, la
carga que conlleva tener que cumplir las expectativas de los demás es una carga
pesada de sostener y a veces pareciera que por más que nos esforcemos, nada
resulta suficiente para cubrir la cuota para que los demás nos acepten y nos
quieran, porque siempre habrá algo que nos falte.
El mensaje último es que estamos incompletos y que no somos merecedores de bienestar y amor por lo que somos. Por lo tanto, nosotros mismos creamos altas expectativas acerca de las cosas, las personas o nuestras experiencias. Y si los resultados difieren de lo que esperábamos, entonces caemos en frustración, angustia, enojo, ira, decepción, nos sentimos poco valorados, sentimos que la vida es injusta, que los demás son injustos y toda una serie de emociones que nos llevan a estados negativos.
El mensaje último es que estamos incompletos y que no somos merecedores de bienestar y amor por lo que somos. Por lo tanto, nosotros mismos creamos altas expectativas acerca de las cosas, las personas o nuestras experiencias. Y si los resultados difieren de lo que esperábamos, entonces caemos en frustración, angustia, enojo, ira, decepción, nos sentimos poco valorados, sentimos que la vida es injusta, que los demás son injustos y toda una serie de emociones que nos llevan a estados negativos.
Es válido esperar de la vida lo mejor, por el simple hecho de ser hijos
de Dios, por ser seres únicos e irrepetibles, a su imagen y semejanza y
merecedores de toda cosa buena, visión que además contribuye a elevar nuestra
autoestima, posición que dista mucho de caer en la expectativa de ser
reconocidos constantemente por los demás para sentirnos importantes y bien con
nosotros mismos. Es entonces cuando creamos altas expectativas de los
resultados de lo que hacemos, de las relaciones que mantenemos y de las
experiencias que vivimos.
Una de las enseñanzas de Jesús de Nazareth fue que “Es mejor dar que recibir”. Sabemos que el que quiere recibir primero
tiene que dar y que no es posible dar aquello que no se tiene, y ente sentido,
es factible que no recibamos todo lo que pretendemos porque nosotros no lo
estamos dando, pero también es factible que lo que estemos dando lo estemos
haciendo con la intención de recibir algo a cambio, esperando recibir mucho
pronto, entonces nos estamos moviendo desde el interés en lo que podemos
obtener de los demás, en el beneficio que nos pueden proporcionar, estamos
creando altas expectativas de los demás.
“Enséñanos buen Señor, a servirte como mereces, a dar sin contar el costo, a luchar sin contar las heridas y a no buscar descanso, a laborar sin pedir recompensa excepto saber que hacemos tu voluntad.”
San Ignacio de Loyola
Es legítimo tener el anhelo de ser queridos, bien tratados y de obtener
buenos resultados por nuestras buenas acciones, un reconocimiento por nuestra
labor, es esperar el bien siempre. Es legítimo tener aspiraciones de mejora
personal, profesional y proyecto de vida. Es legítimo tener sueños por cumplir,
deseos que satisfacer, esperanza en una vida mejor, sin embargo crear altas
expectativas con respecto a los demás nos conduce a la frustración.
Mientras más elvada sea nuestra expectativa, aimenta el riesgo de una
desilusión mayor. Si esperamos respuesta inmediata de los demás nos movemos en
realidad desde el ansia de obtener un beneficio a cambio, y si lo recibimos,
sólo entonces nosotros podremos valorar a los demás, es decir, si cumplen con
nuestras expectativas.
En realidad nada nos obliga a cumplir las expectativas de los demás ni
nadie está obligado a cumplir nuestras propias expectativas. Somos lo que
somos, valemos por lo que somos, por nuestra individualidad y autenticidad. Y
esto no se logra sino cuando dejamos de compararnos con los demás y comparar a
los demás entre sí y los aceptamos tal y como son, así sin más.
Vivir sin expectativas, es la verdadera bondad y generosidad, dar por el
bien que genera en los demás, no por recibir agradecimiento o porque nos
reconozcan o por que hablen bien de nosotros o porque nos apoyen cuando
nosotros lo necesitemos.
Resulta más sano y más feliz cuando sorpresivamente, justo cuando menos lo esperamos, recibimos una muestra de apoyo, de afecto, de solidaridad, de aprecio, de amor. Esos se convierten en regalos de la vida, en actos de Dios, para hacernos ver que no estamos solos. El día que nos sorprende un "te admiro", "te felicito" o un “te quiero” sin esperarlo, es una sensación y un recuerdo que perdura mientras estemos vivos y podamos recordarlo. Y esas sorpresas son la base de la felicidad. Resultados de diversos estudios arrojan que las sorpresas agradables producen en nuestro cuerpo dopamina que provoca mayores sensaciones de placer que cuando esperamos certeramente lo que sucederá.
Resulta más sano y más feliz cuando sorpresivamente, justo cuando menos lo esperamos, recibimos una muestra de apoyo, de afecto, de solidaridad, de aprecio, de amor. Esos se convierten en regalos de la vida, en actos de Dios, para hacernos ver que no estamos solos. El día que nos sorprende un "te admiro", "te felicito" o un “te quiero” sin esperarlo, es una sensación y un recuerdo que perdura mientras estemos vivos y podamos recordarlo. Y esas sorpresas son la base de la felicidad. Resultados de diversos estudios arrojan que las sorpresas agradables producen en nuestro cuerpo dopamina que provoca mayores sensaciones de placer que cuando esperamos certeramente lo que sucederá.
Una forma de disminuir o reducir nuestras expectativas es aceptarnos tal
y como somos, en este momento. Aceptar nuestra vida tal y como es en este
momento, aceptar a nuestros familiares tal y como son en este momento y
ponernos en disposición de apreciar lo que ellos son, lo que hacen por
nosotros, encontrar lo que para ellos significa lo que hacen por nosotros, esas
pequeñas cosas que muchas veces pasamos por alto, darles gran valor, ponerlas
en alta estima, enfocarnos en lo positivo de las personas.
Aceptar no es conformarse. Es admitir lo que es, sin privar al otro y a
uno mismo de la oportunidad de mejorarse.
Es igualmente válido y sano expresar lo que esperamos de los demás y solicitar nos expresen que es lo que se espera de nosotros.
Es igualmente válido y sano expresar lo que esperamos de los demás y solicitar nos expresen que es lo que se espera de nosotros.
El beneficio más importante que obtenemos cuando reducimos nuestras
expectativas es que evitaremos caer en el enojo y frustración porque las cosas
no salieron como las queríamos, cuando las queríamos. Al recibir las
situaciones y las personas como se presentan, estando abiertos a apreciar lo
positivo de ellas nos muestran, el beneficio, finalmente, llega por si solo.
Y es que nada hay tan difícil como cerrar por amor la mano abierta y avergonzarse de su generosidad.
Friedrich
Nietzsche
CPC120512